Por CHARLES C. MANN Listín Diario/The Wall Street Journal Americas 14 de agosto de 2011
En el gran puerto tropical de la bahía de Manila, dos grupos de hombres se acercan uno al otro con cautela; las manos listas para tomar sus armas. Comerciantes trotamundos, provienen de puntos extremos en la faz de la tierra: España y China.
Los españoles llevan un gran cargamento de plata extraída en América por esclavos indios y africanos; los chinos traen una selección de fina seda y porcelana, materiales creados por procesos avanzados desconocidos en Europa. Es el verano de 1571 y este trueque de seda por plata, el comienzo de un intercambio en Manila que duraría por casi 250 años, constituye el primer rastro de lo que hoy llamamos globalización. Fue la primera vez que Europa, Asia y América se unían en una misma red económica.
La seda se convertiría en una sensación en España, al igual que la plata en China. Pero las multitudes que recibían a los barcos a su regreso no tenían idea de lo que realmente transportaban. Por lo general, describimos la globalización en términos puramente económicos, pero también es un fenómeno biológico. Los investigadores están cada vez más convencidos de que la carga más importante en los primeros viajes transoceánicos no fue la seda ni la plata, sino una indisciplinada colección de plantas y animales salvajes, muchos de los cuales llegaban como polizones accidentales. En el repaso de la historia, es ese aspecto biológico de la globalización el que podría tener el mayor impacto en el destino de los pueblos y las naciones de todo el mundo.